Las Moscas

Las Moscas
El tipo está sentado frente a su mesa de trabajo, con la ventana abierta, por donde se ven los pinos que hacen de cerco con la casa contigua. Hace un calor de perros, pero piadosamente una suave brisa corre a través de la habitación. Una brisa que llega del oeste, ingresa por la puerta de calle, que está abierta, pasa por el comedor, se bifurca y una parte de ella sale por la puerta de la cocina que lleva al jardín y la otra, caprichosamente describe una “L” que va desde el comedor hasta su dormitorio, donde está el tipo escribiendo.

Acaba de darse una ducha con agua fría. Aún tiene el pelo mojado. Desde el jardín entran algunas moscas. Molestos insectos asquerosos que han decidido desafiar al insecticida. Hasta tal punto de tornarse inmunes al químico utilizado, que bien podría dejar seco a un ser humano mucho antes que dejar descerebrada a una mosca.
Todos los veranos lo mismo, gasta fortunas en insecticidas para ahuyentar esos bichos fastidiosos. Y las moscas vuelven todos los años, como la visita de un cuñado estúpido. Cuando dispara el aerosol a diestra y siniestra, todas se amontonan para salir por la ventana o puerta más cercana, digamos que las que huyen, son las que mejor están preparadas para el combate. Las otras, las que quedan revoloteando atolondradas, que pegan en los cristales de las ventanas, o enredadas en el cortinado, esas, las que finalmente mueren lentamente, en medio de zumbidos póstumos, esas son las moscas que seguramente forman el grupo de choque del escuadrón que todos los veranos tratan de invadir la casa del tipo.
Son los kamikazes de estos repugnantes voladores. Son las que ofrendan su vida para que otras vayan tomando pequeñas dosis de veneno y con el tiempo ser invulnerables a todos los insecticidas conocidos. No parece un estúpido sacrificio, las moscas son así. Simulan el caos, pero son muy organizadas.

Entonces el tipo está escribiendo frente a su computadora. Y pasan frente al monitor y se posan en él, como leyendo lo que el tipo escribe... por momentos parece que pretenden corregir un error de sintaxis, o una coma allí o un punto más abajo. Él, con el dorso de la mano la espanta, pero con un movimiento gracioso, describiendo varios “ochos” en el aire, vuelve al monitor, luego pasa por el teclado, y cuando el vuelve a atacar, ahora con la palma de la mano, violentamente la estrella contra el teclado, pero no está... Le toma unos segundos borrar las letras que escribió con ese golpe sobre el teclado “ñaeior-+´´dº” es lo que borra... vuelo corto, rasante por todo el escritorio, hasta el ratón... El tipo la mira, resignado, sabe que está muy violento y si vuelve a golpear estropeará el “mouse”... Decide seguir escribiendo.
Peor sería que en lugar de incursionar por su ordenador, comenzaran a posarse en su cara, introducirse en una de sus orejas, o tratar de libar en la comisura de sus labios. No, que sigan jodiendo por allí, que el tipo está inspirado, y tratará de escribir un cuento breve, algo que describa cosas románticas, eso... un cuento de amor, un amor apasionado, prohibido.

Las moscas son bichos difíciles, repugnantes, y el tipo que está tratando de escribir un cuento, no puede dejar de mirarlas, lo intenta pero sigue su vuelo con el rabillo del ojo.
Un día de estos voy a poner una malla metálica en las ventanas, piensa. Y deja de escribir.

Comentarios

Blog de Julia dijo…
o -como diria "el gran hermano" comprar fuyi atrapamoscas......
:)

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